Le debo al sol
su cómplice mirada.
Al agua,
su ración de aliento.
A la tierra,
el mimo y el sustento.
Le debo al aire
las gracias,
el cumplido
y el favor.
Le debo al cielo
el milagro de ser sucesor.
(Nunca igual,
siempre mejor,
tal vez algo diferente).
Y es que en eso consiste mi labor.
Genealogía abstracta e innegable
de lo que fui...,
un embrión resistente.
Me han confiado la tarea
de ser árbol
y arboleda,
de dar semillas
y frutos.
¡Cuánto peso sobre las finas ramas
de un simple arbusto!
Pero no me quejo señor,
todos padecen de lo mismo.
Agradezco en cambio el vigor
de mantenerme erguido.
Ya llegará el viento que sople,
el hacha que mutile
y el brote que ignore
que algún día he sido.
Le debo a la sombra
de mis propias hojas
la humedad vital
de mi alimento.
Me debo,
(aunque siempre lo olvide),
me debo las gracias... .
.